Existen setecientos veintitrés mil millones de puertecitas. Ellas esperan. Para que las toquemos despacito, pero con inquietud. Deseamos que al leve contacto de piel se abran de par en par. Y es entonces cuando entramos dispuestos a todo lo que sobrevenga. Y así es. Al inicio un choque eléctrico. Este recorre todo el cuerpo y aunque es muy conocido no terminamos de acostumbrarnos. Sentimos la perfecta irrigación cargada de átomos. Toda la superficie del gran río cálido se abre paso entre tierras y montañas. En la corriente perversa, peces blancos se mezclan en una danza sincronizada con los peces de color rojo y éstos con los proteínicos y almidonados microscópicos. Todo un cardumen de sensaciones se escapa a las profundidades donde se encuentran a la espera los peces de luz. Entonces se produce un destello. Vencemos la oscuridad y el tacto se apresura sobre el horizonte. La corriente se incrementa al doble. Los ríos se convierten en boas constrictoras que declaran batalla en un abrazo de muerte. Termina el invierno e inicia el verano con su fuego. Y se siente correr hielo justo en el centro de la existencia.
Todo esto ocurre porque además de las setecientos veintitrés mil millones de puertecita, hay también setecientos veintitrés mil millones de ventanales abiertos de par en par. Por ahí se cuela el viento y en el viento viajan los sueños que deseamos justo cuando se lanza una moneda a la fuente. El viento se los roba a la moneda con su pico de maña. Los necesita para alimentarse y darnos el soplo de vida cuando nacemos. Y entonces se produce el eterno ciclo. Viento va, viento viene, se cuela por la ventana y no se detiene. No piensa, no le interesa, solo se cuela y eso basta para el misterio. Nacen nuestras alas y se borran las cicatrices que nos sangran en el mundo que hay antes de la decisión de entrar o no.
Ya cuando ya hemos decidido cruzar de un mundo a otro por las pequeñitas misteriosas (porque se necesitan de dos para hacerse un uno perfecto), en ese justo momento podemos descubrir todos los elementos en nuestra materia que se extienden a lo largo de nuestro ser. Inicia el descubrimiento por medio de lenguajes nuevos, mientras la colisión vital inicia. Desde las entrañas hasta los límites de las superficies rumora la cascada de cristal que explota en miel y néctar. Un águila levanta el vuelo y con sus garras acaricia la superficie frágil. Las raíces se levantan de la tierra y la arañan, se levantan también los volcanes en erupción y nace el terremoto. Los ríos danzan y las boas se estremecen. Habla también el viento y vomita todos los sueños robados. La catarata se rompe, se quiebra su cristal y vence al silencio, el águila ha llegado a lo más alto y se dispone ahora a los abismos. Millones de átomos chocan una y otra vez, juegan a las embestidas de furia. Esperan a que el rayo y el trueno choquen contra la mar embravecida.
Es de tarde, y estoy a punto de cruzar. Espero en el viento el delirio de tu jardín y sus aromas. Los que hicieron primavera en la memoria de mis setecientos veintitrés mil millones de...
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