Una mañana al prenderse el televisor justamente a la hora del reporte climático, el pronóstico hizo que dejara la cama de un salto. Se lavó las manos, mientras silbaba como pájaro frente al espejo salpicado de semanas anteriores. Se apresuró al balcón y mientras su mirada se levantaba al cielo, lentamente la brisa inició un tierno choque contra su epidermis reseca de tiempo y soles solitarios. Aspiró como queriendo inhalar las nubes por sus narices, instante eterno en el cual perdió conciencia de los sonidos que gritaban desesperados por la calle. Sus pies sugirieron un leve movimiento hasta quedar de puntillas y flotar como un fantasma de blanca luz sobre el viejo piso de su apartamento en el tercer piso. Rápidamente se fue al baño a darse una ducha. Sacó del viejo ropero unas ropas elegantes, se acomodó la corbata, sobre una camisa de seda gris.
Ya cuando estaba por salir, se examinó tranquilamente en el espejo que tenía a sus espaldas. Se sintió tan grande que por un momento no se veía completo por el reflejo. Solamente veía un brillo en las flores violetas estampadas en su corbata. Se acercó al calendario que marcaba el mes de mayo colgado a la pared y se lo metió dentro del bolsillo junto a su pecho. Tomó un paraguas negro y salió dispuesto al invierno. Al bajar por el largo pasillo que daba hasta el portal principal. Se encontró con la portera y una sonrisa celestial se dibujó en el rostro de ambos. Ella quedó viendo como su figura galante se difuminaba y regresó a sus que haberes, olvidando por completo el acontecido encuentro.
Al llegar a una de las esquinas, se metió a una cafetería, pidió café con leche y unas rosquillas bañadas en chocolate. Sentado junto al ventanal se dispuso en las letras que fluyeron instantáneamente al inicio como una leve llovizna y terminando como un torrente que llenó los reversos del calendario y todo espacio posible para escribir. Al terminar se levantó dejando unos billetes sobre la mesa, su figura quedó detenida por unos instantes en el arco de la puerta de la cafetería. Sus ojos se dirigieron a su muñeca derecha. El reloj marcaba las 11:47 A.M. Abrió el paraguas y al salir la lluvia rompió en llanto. Toda la gente echó a correr, mientras él sonreía y caminaba alto y resplandeciente. Se detuvo en la casa número veintitrés, contempló como la humedad resbalaba por las paredes y se agachó mientras introducía bajo la puerta su torrente de ideas en papel.
Bajo las lágrimas del cielo caminaba con la mayor complacencia. La vista casi se perdía a los dos metros de distancia, y el color gris pintaba las formas que estaban al frente. El sonido de los motores era leve. El miedo a la muerte redujo el peso del pie sobre los aceleradores y la desesperación no rompió los tímpanos con los bocinazos-puños cotidianos con que los seres humanos se suelen enfrentar por las calles y avenidas. De cierta forma la primera lluvia había relajado la ciudad con todo y sus histerias. Al ir por el camino de asfalto pisaba los charcos y se sacudía los zapatos mientras los limpiaba con el pantalón. La humedad subía por las mangas de los pantalones y besaba ya pasadas las rodillas. Avanzó hasta detenerse en el barandal, cerró el paraguas mientras sus labios iniciaron a pronunciar unos versos maravillosos al contacto de las gotas de lluvia.
Hoy amanecí líquido
Busco mi tercer estado
Estoy compuesto
Del noventa por ciento líquido
Y continúo derramándome
Por mis lagrimales
Hoy amanecí líquido
Y busco la corriente
Del hermoso río agitado
Que arrastra a sus peces,
Sus rocas,
Y sus barquitos de papel…
Barquitos de papel
Donde se perdieron los sueños de infancia.
Hoy, amanecí líquido
Como una gota más de esta lluvia
Que cae, que cae, que cae, que cae…
Que ca..
Al finalizar la lluvia, apareció un arco iris que cruzó el cielo, donde se perdían sus gotas poemas. Pocos ojos, pocos oídos lo notaron, no estaban acostumbrados a este tipo de poesía.
Ya cuando estaba por salir, se examinó tranquilamente en el espejo que tenía a sus espaldas. Se sintió tan grande que por un momento no se veía completo por el reflejo. Solamente veía un brillo en las flores violetas estampadas en su corbata. Se acercó al calendario que marcaba el mes de mayo colgado a la pared y se lo metió dentro del bolsillo junto a su pecho. Tomó un paraguas negro y salió dispuesto al invierno. Al bajar por el largo pasillo que daba hasta el portal principal. Se encontró con la portera y una sonrisa celestial se dibujó en el rostro de ambos. Ella quedó viendo como su figura galante se difuminaba y regresó a sus que haberes, olvidando por completo el acontecido encuentro.
Al llegar a una de las esquinas, se metió a una cafetería, pidió café con leche y unas rosquillas bañadas en chocolate. Sentado junto al ventanal se dispuso en las letras que fluyeron instantáneamente al inicio como una leve llovizna y terminando como un torrente que llenó los reversos del calendario y todo espacio posible para escribir. Al terminar se levantó dejando unos billetes sobre la mesa, su figura quedó detenida por unos instantes en el arco de la puerta de la cafetería. Sus ojos se dirigieron a su muñeca derecha. El reloj marcaba las 11:47 A.M. Abrió el paraguas y al salir la lluvia rompió en llanto. Toda la gente echó a correr, mientras él sonreía y caminaba alto y resplandeciente. Se detuvo en la casa número veintitrés, contempló como la humedad resbalaba por las paredes y se agachó mientras introducía bajo la puerta su torrente de ideas en papel.
Bajo las lágrimas del cielo caminaba con la mayor complacencia. La vista casi se perdía a los dos metros de distancia, y el color gris pintaba las formas que estaban al frente. El sonido de los motores era leve. El miedo a la muerte redujo el peso del pie sobre los aceleradores y la desesperación no rompió los tímpanos con los bocinazos-puños cotidianos con que los seres humanos se suelen enfrentar por las calles y avenidas. De cierta forma la primera lluvia había relajado la ciudad con todo y sus histerias. Al ir por el camino de asfalto pisaba los charcos y se sacudía los zapatos mientras los limpiaba con el pantalón. La humedad subía por las mangas de los pantalones y besaba ya pasadas las rodillas. Avanzó hasta detenerse en el barandal, cerró el paraguas mientras sus labios iniciaron a pronunciar unos versos maravillosos al contacto de las gotas de lluvia.
Hoy amanecí líquido
Busco mi tercer estado
Estoy compuesto
Del noventa por ciento líquido
Y continúo derramándome
Por mis lagrimales
Hoy amanecí líquido
Y busco la corriente
Del hermoso río agitado
Que arrastra a sus peces,
Sus rocas,
Y sus barquitos de papel…
Barquitos de papel
Donde se perdieron los sueños de infancia.
Hoy, amanecí líquido
Como una gota más de esta lluvia
Que cae, que cae, que cae, que cae…
Que ca..
Al finalizar la lluvia, apareció un arco iris que cruzó el cielo, donde se perdían sus gotas poemas. Pocos ojos, pocos oídos lo notaron, no estaban acostumbrados a este tipo de poesía.
1 comentario:
la p... madre , que de awebo quedo este cuento viejo, fijate que hay algunas cosas que comparten este cuento tuyo con el que yo escribi, cuando te lo pase te vas a dar cuenta de lo que digo, saludos
Julio
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